Llevamos mucho tiempo -los dirigentes del PP también- hablando sobre lo poco ético y estético que resulta que la señora de nuestro presidente Sánchez realizara movimientos empresariales privados valiéndose de su condición de esposa del máximo responsable del gobierno de nuestro país. Podrá o no podrá ser delito -lo desconozco-, pero, para cualquiera que no esté abducido por el grave peligro de extinción que supone la llegada de la extrema derecha, es evidente que las familias de los gobernantes deberían separarse de todo aquello que tenga que ver con un beneficio propio, cuando su obtención sea responsabilidad directa del familiar. Vamos, como con el caso del hermano de la presidenta Ayuso, para que hasta los abducidos puedan entenderme.
En otros niveles y con otras materias, creemos que algo parecido puede estar ocurriendo en nuestra región en el ámbito cultural. Todos sabemos que existen espacios, tanto públicos como privados, en donde los artistas pueden mostrar sus obras, como sabemos que los públicos están financiados con el dinero de todos, mientras que los privados se financian únicamente con sus propias ventas. Esas son las reglas del mercado y todos los galeristas saben perfectamente a lo que se arriesgan cuando deciden emprender esa actividad comercial.
Pero vayamos al supuesto comparativo poco estético en relación con la cultura, por muy contradictorio que nos resulte aquello de una cultura poco estética. Que el comisario de una muestra que se inaugura en un espacio público sea también galerista privado, no tiene nada de extraño o de inoportuno. Ahora bien, que ese mismo comisario sea también el dueño de una galería privada que ese mismo día inaugura una muestra con el mismo artista que inauguraba por la mañana en el espacio público, entonces ya empiezan a aparecer las faltas de ética y de estética. ¿Alguien no lo entiende? Por supuesto no es un delito, ni es corrupción -creo-, pero no deja de ser preocupante que nuestras autoridades políticas no cuiden este tipo de comportamientos, digamos... interesadillos y malolientes. Esta misma crítica sería aplicable, incluso, aunque se tratara del mismo Diego Velázquez el que expusiera, pues, máxime, cuando se trata de un simple artesano del 3D cuyo único justificante para exponer en una sala pública se encuentra en el tinglado filosófico/especulativo que lo ampara y en el pueril discurso/relato que lo acompaña.
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