miércoles, 15 de mayo de 2024

CARTA ABIERTA A MIGUEL ÁNGEL HERNÁNDEZ (A propósito de su conferencia: “¿Por qué no nos gusta el arte contemporáneo?”)

 

Miguel Ángel Hernández y María Ponce, poco antes de iniciarse la conferencia.

Estimado Miguel Ángel:

 

Posiblemente sería por el partido del Real Madrid en la Liga Europea -como repetidamente anunciaste-, o simplemente porque en la actualidad el arte no se lleva, pero, lo cierto, es que acudí a la Biblioteca Regional casi media hora antes para coger sitio y, al final, éramos cuatro gatos en la sala. ¿Por qué no nos gusta el arte contemporáneo?, rezaba el título de tu conferencia, aunque visto lo visto casi habría que rebautizarla como: ¿Por qué no nos interesan las explicaciones sobre el porqué de nuestro disgusto ante el arte contemporáneo? En fin, cosas peores veredes, amigo Sancho

 

Personalmente, como te dije, no es que me guste o deje de gustar, porque el gusto, como bien sabemos, es demasiado subjetivo y caprichoso; simplemente es que no me interesa en absoluto, de ahí que imperiosamente tuviera que acudir a esa cita tuya, precisamente para ver si existían algunas razones que recondujeran mi ya clásico desinterés por el arte autodefinido como contemporáneo. Digo autodefinido porque es muy paradójico que cien años después -década arriba o década abajo-, se siga haciendo lo mismo, exactamente lo mismo y siga llamándose contemporáneo. Algo así como si el arte -o sus teóricos- hubiesen encontrado la fórmula divina para eternizar su propio lenguaje. No querer ver que el urinario de Duchamp es idéntico -en lo esencial- con cualquier instalación de Marina Abramovic, por ejemplo, sólo está permitido a quienes viven en torno a ese viejo y gastado fenómeno artístico.

 

Claro, al utilizar el pronombre “nos” en el título, los que no hemos asistido a tus clases y tampoco te conocemos demasiado, en modo alguno podíamos saber de antemano si tu propia opinión se iba a corresponder con la de los que no les gusta el arte contemporáneo, ya que uno recuerda Intento de escapada como con cierta crítica a las performances y demás actitudes artistizantes. Por desgracia, pronto caeríamos de la parra y comprobaríamos que no era así, que todo se reconducía hacia una especie de autojustificación en negativo. En realidad, el título tenía mucho de retórico, pues no se llegó a explicar ese porqué a su rechazo más allá de los consabidos lugares comunes del “no os gusta porque no entendéis nada”. Es decir, se enumeraban casos que habían causado cierto revuelo mediático -por cierto, con alguna sorna por tu parte- para, finalmente, terminar diciendo que el que no entendía aquello era porque no había percibido lo importante que era el “relato”.

 

Desde luego una pena no haber llevado una grabadora, o, al menos, haber tomado algunos apuntes para haber ido rebatiendo ahora punto por punto -confundir realismo o figuración con realidad,  emoción con sentimiento, la fotografía como fuente de inspiración…- pero, vamos, evidentemente todo se iba conduciendo por el lado menos importante del arte, cual es su temática y su lenguaje: épocas, estilos, teorías…, o sea, exclusivamente por la función social del arte, como si todo acabara ahí, como si el arte, aparte de su utilidad, no fuese nada más, como si no supiéramos que el tema, en el arte, es una mera excusa. Es decir, que más allá del significado, está el significante.

 

Cuando al finalizar invitasteis a los asistentes a participar y expuse mis negativos criterios sobre la charla y para ello hablé sobre la creación, lo único que se te ocurrió preguntarme -seguramente como la mejor defensa que tenías a mano- fue: ¿quién dice eso?, con la única intención -creo- de llevar mis comentarios al terreno de las opiniones personales. Pues lo repito: el gran problema del arte contemporáneo es que no tiene obra, una obra carnal, viva, habiendo reducido toda su esencia al mensaje, al relato, al significado. Evidentemente, una desviación tan radical del hecho creativo, provoca rápidamente toda una corte de servidores del nuevo sistema: críticos, galeristas, medios de comunicación, historiadores, políticos, especuladores…, pero la gran mayoría de personas que no viven de eso termina desinteresándose, porque ya no se trata de ver y de sentir, sino de saber.

 

En fin, que el arte contemporáneo ha llegado para quedarse con uñas y dientes, mientras que el creador -como decía Ramón Gaya- ha vuelto a las cavernas. Por cierto, hablando de Gaya, si no lo has hecho ya, te aconsejo que leas “El sentimiento de la pintura”, pero no para que lo catalogues como una opinión más, sino para que lo intentes entender. Y cuando quieras seguimos hablando. Un abrazo:

 

Juan Ballester

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