Debo empezar diciendo que no me gusta el arte abstracto. Bueno, en realidad no se trata de que me guste, o deje de gustar, pues ya sabemos que el gusto es algo totalmente personal, es decir, que no sale del ámbito de uno mismo. Se trata más bien de que no me interesa como arte, porque creo que no es arte, o, mejor dicho, que no es creación en su sentido más puro, en ese sentido en el que al hecho creativo se le introduce el concepto de vida como condición “sine qua non” para que pueda existir como obra plena. Ahora bien, como lo cortés no quita lo valiente, que no nos interese como creación, no quiere decir que no nos interese como trabajo, como producto, como estética, como arte “artístico”.
Viene a cuento esta introducción aclaratoria para decir que la actual exposición de Ángel Haro en la galería Arquitectura de Barrio, pues tampoco nos ha interesado sobremanera. Y no nos ha interesado porque no nos ha sorprendido, que es una de las cualidades que consideramos más importantes a la hora de valorar cualquier trabajo que tiene que ver con ese otro camino que el arte cogió a principios del siglo XX, un camino que abandonaba la tradición y apostaba por la originalidad. Desde luego Ángel Haro tiene mucho gusto estético, maneja muy bien el color, la composición, el ritmo visual, el mensaje, pero, ¡ay!, el problema de llegar a este tipo de experiencias estéticas -y sólo estéticas-, es que suelen tener el mismo destino que su origen: ser un simple instante, algo que nace y muere al mismo tiempo. Claro, en un arte que nace sin vocación de eternidad porque desprecia la realidad como vehículo de comunicación, ¿qué nos queda? Pues solo la sorpresa, su originalidad estética. Es verdad que en “Crescendo” encontramos una libertad sobre el perímetro de los cuadros, pero esa novedad tampoco es suficiente para producirnos, a estas alturas, la inevitable sensación de novedad, o de pasmo. La sorpresa, por tanto, viene a ser como ese extra que revaloriza este tipo de trabajos, digamos más artesanales, como son el diseño, la decoración, la jardinería y, en general, todas aquellas actividades que rozan la creatividad sin llegar a producir auténticas obras de creación.
Esto mismo pasa en la fotografía, en donde junto al tema, la luz y el lenguaje, existe un cuarto elemento que le suele añadir un plus de calidad, como es el factor sorpresa. Las fotografías abstractas de José Carlos Níguez Carbonell, serían el claro ejemplo de lo que planteamos: básicamente se trata siempre de una misma obra, como concepto, como tema, solo que cada vez que aparece una nueva imagen, nos llama la atención, nos sorprende por su incisiva originalidad y su gusto estético y compositivo.
Pero, al hilo de esta crítica a la exposición de mi amigo Ángel Haro, me viene de nuevo a la mente un tema que lleva mucho tiempo sin abandonarme: qué es una crítica de arte, así como sobre el lugar en nuestra sociedad que hoy en día tiene ese tipo de crítica. Creo que una crítica no es más que una opinión personal hecha pública. Algo así como si lo que cualquiera siente al mirar una obra, fuese traducido, ampliado y cantado a los cuatro vientos en ese mismo instante. Pero ojo, lo que se critica no es al autor, sino a sus obras, ya que partimos de la base de que, en arte, cuando las obras se firman y, sobre todo, cuando se exhiben, ya han iniciado su propia y solitaria carrera por el tiempo.
Y sobre el lugar que ocupa la crítica en nuestra sociedad, solo hay que mirar el número de las que hoy en día se publican. Que una exposición que pretende ser la exposición del siglo, finalmente quede en un pobre discurso sin sentido; que de una muestra se escriba en los periódicos únicamente sobre su tema -por muy feminista que sea- y no se pueda decir ni una palabra sobre que allí no hay ni una sola pincelada de pintura seria; que la Universidad de Murcia se dedique a premiar, un año sí y el otro también, a todo aquello que ya se hacía hace más de cien años; que la inteligencia artificial tenga el más mínimo hueco en unos espacios públicos reservados para el arte…, de todo eso, ¿para qué criticar?, ¿a quién puede interesarle la opinión de un tipo que parece saber más que nadie, cuando de lo que se trata es de comunicar a los cuatro vientos lo mucho que hoy en día se pinta y se fotografía y todo qué bonito?
Pero nos quedan las redes.
Juan Ballester
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