miércoles, 16 de febrero de 2022

CARTA ABIERTA DE UN CERRIL

 

Cueva de Lascaux hacia 1940.


Recuerdo una conversación que tuve con Ramón Gaya hacia finales de los noventa. El tema trataba sobre el panorama del arte en ese momento y sobre lo que pensábamos que iba a suceder con la llegada del siglo XXI. Yo sostenía, con el apasionamiento que me caracteriza, que la pintura -las artes plásticas en general- se habían terminado, que el mundo pictórico caminaba, indefectiblemente, hacia un vacío muy sustancial y que, tarde o temprano, ese panorama tan negativo terminaría por consolidarse y por triunfar: La Pintura -con mayúscula-, se rebajaría a la condición de puro diseño y los espacios que ocupaba desde hacía cientos de años serían tomados por los mercaderes y los especuladores del humo y la paja. Ramón, como siempre tan irónico y tan sagaz, me respondió: “No Juan, no; simplemente la Pintura se ha vuelto a refugiar en las cavernas”.

 

Gracias al añorado Juan Luis López Precioso y posteriormente a Antonio Parra, durante años ejercí la crítica de arte en Diario 16, ABC y en La Opinión de Murcia. Ya en aquel tiempo me había granjeado el apelativo de “gayista”, un apelativo que, aunque se usaba -y se sigue usando- como algo peyorativo, era muy certero y uno lo recibía con mucho orgullo y satisfacción. La vida y sus trajines, el mismo cansancio, o vaya usted a saber por qué, pero lo cierto es que me aparté de aquel mundo que tanto me apasionaba. Ahora, con la facilidad que dan las redes para poder expresarte y, sobre todo, con la libertad con la que lo puedes hacer, he vuelto a ejercer esa tarea desde este mi blog de medio pelo.

 

Tras un breve espacio de tiempo en el que -algo ingenuamente- había decidido escribir sobre todo lo que se expusiese, he llegado a la conclusión de que debo cambiar esa línea crítica. Creo que solo merece ser citado por uno, lo que a uno le parezca positivo y merecedor de atención. El resto, que continúe por su camino como hacemos nosotros con el nuestro. Es decir, asumo mi equivocación al mostrar públicamente un juicio personal de algo que me dejaba indiferente; además, un juicio que, evidentemente, solo le importa, le interesa y le afecta a un servidor.

 

Pero como todo tiene siempre un lado positivo, debo decir que este intento último para dar mi opinión, también me ha servido para poder indagar y comprobar hasta dónde llegan los entresijos, los tinglados y los cambalaches en los que a día de hoy se mueve el arte en nuestra región -por no decir en nuestro país o en nuestro momento-. Tinglados y cambalaches, sí, aunque también he comprobado con enorme tristeza cómo la gran mayoría de gente los acepta sin rechistar y como algo inevitable. Nunca podré entender que existan gestores culturales de espacios públicos y que, a su vez, estas mismas personas lleven galerías de arte privadas con esos mismos artistas que promocionan con dinero público, o que esos gestores sean artistas ejercientes y se incluyan en las actividades que ellos mismos programan.

 

Sí, vuelvo a mi casilla anterior; vuelvo a seguir buscando la entrada de esa caverna en donde ahora mismo existe un hombre cumpliendo con su destino de creador, y voy a dejar de luchar tan ingenua e infantilmente contra los molinos de viento. Alonso Quijano solo hubo uno.

 

Ah, se me olvidaba: Ante mis reacciones apasionadas y mis atropellados razonamientos, Ramón Gaya me definía, cariñosa y muy certeramente, como cerril.

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