Hasta el próximo día 13 de marzo
puede ser visitada, en la sala alta del Palacio Almudí, la exposición del
pintor Carlos Pardo Gómez, y conviene recalcar sus dos apellidos porque por
ambas líneas recibirá el pintor la influencia artística –Hijo del escultor
Pedro Pardo y sobrino nieto del pintor Antonio Gómez Cano-.
La muestra se titula: “Variaciones
sobre el paisaje” y se compone de una serie de óleos sobre lienzo de gran
formato en los que el tema es el paisaje, aunque también podamos contemplar en
la primera sala tres desnudos femeninos medio fundidos al paisaje o medio tapados
por el mismo, unos cuadros que desde nuestro punto de vista aportan poco a la
muestra y, en cambio, distorsionan el sentido último de la misma, que no es
otro más que el de unas variaciones sobre el mismo tema. En este sentido creo
haber oído al propio pintor defender estos tres cuadros como ejemplo de esas
variaciones y, sobre todo, como exponente de la libertad en la que se sumerge
cuando se encuentra en pleno proceso de creación. Una pena, porque crear
tampoco puede consistir en aceptar el propio desbordamiento, siendo, más bien,
casi un acto de obediencia y de control; como él mismo decía en esa entrevista,
de saber terminar a tiempo.
Pero más allá de estas anécdotas,
la exposición sorprende. Y esto es así, no solo porque de nuevo entra uno en un
espacio en donde el olor a óleo y a aceites es protagonista, sino también
porque vuelve uno a encontrarse con la medio olvidada y titánica empresa de producir
pintura sin trampa ni cartón, al descubierto, intentando dar la cara y el alma.
Claro, que hoy en día alguien plante unos cuadros temáticos y no se preocupe de
tener que buscar un texto que los respalde –por no decir que los explique-, es
ya todo un acierto que conviene señalar y valorar.
Y hablando de valorar, uno valora
en esta muestra la exquisitez del color en algunos óleos –unos colores terrosos
y unas gamas cromáticas que tanto nos recuerdan a los espléndidos paisajes de
Antonio Gómez Cano-, como también valora la pasión puesta, la sensualidad
buscada o la vibración de la pincelada. Esto es lo que más nos ha gustado. ¿Lo
que menos? Seguramente la fórmula empleada, la obsesión por el estilo, la idea
preconcebida para su construcción. Al tener esos tamaños, la pincelada adquiere
un protagonismo en sí misma como sujeto del cuadro, no como lenguaje, que es lo
que debería ser. Y tan grande es a veces, tanto protagonismo llega a tener, que
algunos paisajes terminan siendo verdaderas abstracciones. Pero, ¿es abstracto
un paisaje en sí mismo, o simplemente es un problema de distancias, de
perspectivas? Ahí es donde creemos que más flojean estos cuadros, en las
distancias, en sus límites. Es verdad que un paisaje funciona en cuanto se le
introduzca un horizonte, pero no se trata de eso –pensamos-, sino más bien de
hacer “real” cualquier centímetro de la tela, con horizonte o sin él. En
cualquier caso, una exposición para pensar y para disfrutar.
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