sábado, 28 de septiembre de 2024

CUÁNTO SE HA PINTADO Y TODO QUÉ BONITO (Un Ciclo Pictórico Regional. Murcia 1930-2000)

 

Sala del Almudí con la exposición "Un Ciclo Pictórico Regional. Murcia 1930-2000.


Si de algo sirven exposiciones como la presente es, precisamente, para poder darnos cuenta de que nada tiene que ver el tocino con la velocidad. Me explico: Entra uno en El Palacio Almudí y en la Sala Municipal de La Glorieta con la idea de que va a revisar, a recordar o a valorar una época pictórica determinada, concretamente la de sus últimos setenta años y, desgraciadamente, te encuentras con un inventario de casi todos los pintores que de forma más o menos profesional se han dedicado a exponer en nuestra región, pero no como se indica hasta final del siglo XX, sino desde 1930 hasta 2024. Claro, como finalmente son tropecientos, se ha escogido únicamente un cuadro por artista, con lo que la visita, a la par que insustancial, también resulta bastante aburrida. Es algo así como cuando alguien te enseña, página a página, su colección de sellos o de billetes en un álbum. Estarán todos los sellos y todos los billetes, pero a partir de la segunda hoja, aquello nos resulta insufrible.

 

Decimos insustancial porque es imposible hablar de una época sin haber realizado, previamente, una buena selección, tanto de los artistas como de las obras de los mismos. El “Cuánto se ha pintado y todo qué bonito” que decía aquella señora amiga de Gaya, no es más que la demostración de que no se tiene una idea clara sobre el tema, ni por cantidad ni por calidad de las obras. Como meter en una misma época a Bonafé, Gaya o Gómez Cano, con mi querida amiga Carmen Artigas, es tanto como no tener un criterio claro sobre lo que se quiere. Y que conste que citamos a la pintora naif Carmen Artigas, como podríamos citar otros tantos de los allí representados.

 

Por cierto, si se trata de meter a todos los artistas plásticos, según parece, ¿por qué no están la fuentealamera Concha Martínez Barreto o el cartagenero Enrique Nieto Navarro, pongamos por caso?

 

Después, creemos que tampoco se han tenido muy buenos criterios para la selección de las obras representativas de los artistas. Por ejemplo, lo de Sofía Morales o lo de José María Párraga, cuadros ambos firmados por sus autores, pero que son muy poco representativos de los verdaderos valores de sus obras. Otra cosa habría sido que se hubiesen escogido a bastantes menos pintores y, de paso, haber expuesto más obras de cada uno y, a ser posible, intentando hilvanar, estética y pictóricamente, esa larga época de nuestra pintura regional.

 

Está claro que ser historiador del arte -profesión de nuestro también querido amigo Martín Páez, comisario responsable de la muestra- no es garantía alguna de acierto. Quien haya realizado la carrera de Historia del Arte en Murcia sabrá de lo que estoy hablando, pero, es que, aparte de los conocimientos sobre los datos, los estilos y las fechas, un comisario de arte debe tener, ante todo, unos criterios estéticos y hasta un gusto pictórico. El gusto que sea, el suyo mismo porque para eso es responsable, pero una muestra nunca debería ceñirse, únicamente, a un mero censo notarial.

 

Juan Ballester

sábado, 14 de septiembre de 2024

ARTE VS. CREACIÓN (Con motivo de “Velázquez, Pájaro Solitario”. Museo Diocesano de Arte Sacro de Orihuela y en la que se exhiben algunas obras de Ramón Gaya con temática velazqueña, junto al cuadro “La Tentación de Santo Tomás de Aquino” del propio Velázquez).


Entre finales de los años setenta y principios de los ochenta, justo cuando estaba realizando mis estudios de Historia del Arte en la Universidad de Murcia, tuve la inmensa suerte de conocer y poder acercarme a Ramón Gaya, un pintor cuyo pensamiento y sensibilidad iban a marcar profundamente el futuro de mi propia visión del arte. Evidentemente, el contraste entre aquellos dos tipos de información que estuve recibiendo sobre un mismo tema iba a ser demasiado palpable, pues, mientras que por parte de la institución académica el arte se circunscribía a todo aquello que aparecía registrado y catalogado en los manuales del propio género, sin crítica alguna, sin valoraciones racionales de ningún tipo, para Ramón Gaya el Arte -así, con mayúscula- era siempre una manifestación del mismo y único impulso vital, ya fuesen los bisontes de Altamira, los frisos del Partenón, las esculturas de Miguel Ángel, los cuadros de Tiziano, Rembrandt o Velázquez, el Desnudo de Rosales… 

 

La primera y fundamental distinción, el primer concepto dilucidado por el pensamiento gayista venía a distinguir el hecho artístico frente al hecho creativo: no es lo mismo el “arte” que la “creación”, como no es lo mismo el cuerpo que el alma, aunque los segundos -creación y alma- no puedan existir sin los primeros -arte y cuerpo-, pues vendrían a ser algo así como la trascendencia de su propia singularidad identitaria. 

 

Para Ramón Gaya arte sería todo aquello que está realizado con fines puramente estéticos y que, de alguna manera, conlleva un mensaje y un lenguaje muy relacionados, no solo con la época en la que han sido ideados y construidos, sino también con la identidad de su autor. Creación, en cambio, aunque también se relaciona con un autor, es todo aquello que nace con vida propia, independientemente del tiempo, del mensaje y de la sociedad en la que le ha tocado aparecer. La diferencia, por tanto, es clara: mientras el arte se basa en la voluntad y en la acción, la creación es fundamentalmente destino, obediencia. Sería el Mektub de los árabes (Nuestro Estaba escrito). Destino porque el hombre señalado para realizarlo no tiene más remedio que cumplimentar aquella orden que nota recibir y obediencia porque, en realidad, no se trata de manifestar su propia voluntad, sino, más bien, de cumplimentar esa obligación que experimenta al sentirse el destinatario de una especie de “vacío habitado”, algo que le es común a todos los seres humanos de cualquier época y cultura. Cuando Picasso decía: “Yo no busco, encuentro”, estaba describiendo perfectamente el hecho creativo, ya que no se trata de dar, sino de recibir; no se trata de hablar, sino de oír; no se trata de buscar, sino de encontrar... 

 

Todo esto, lógicamente, está referido al hecho mismo, al modo por el que un hombre decide aventurarse a recorrer un camino que, en principio, no le aporta utilidad o beneficio alguno. Pero si de lo que hablamos es de la obra, del resultado material de ese hecho, entonces la diferencia fundamental entre arte y creación estará basada en el tiempo, en su vigencia: Del artista nace siempre una obra muerta, anclada en un tiempo concreto, ya que éste no ha sabido o no ha podido desprenderse de su yo temporal a la hora de realizarla, dotándola de una identidad, sí, pero también de una temporalidad, algo que es incompatible con el sentido de vida eterna. El creador, en cambio, al no actuar sin más, al dedicarse también a esperar una llamada, a oír lo que se le dice, termina vistiendo su obra de un alma que no lo pertenece en exclusiva, agregándole un “algo”, intangible e inefable, pero que comparte y une con los demás, haciéndola, por tanto, atemporal. Los Bisontes de Altamira siguen en el mismo tiempo vital que el Papa Inocencio X o el Desnudo de Eduardo Rosales, mientras que los cuadros de Tapies o el Urinario de Duchamp, tan cargados de voluntad estética o de simple ideología, quedaron anclados al momento concreto en que fueron ideados. 

 

Los habituales homenajes de Ramón Gaya a ciertas obras de creación, homenajes en los cuales suele utilizar alguna referencia iconográfica o incluso realizarlos directamente del original, a veces han sido entendidos como un diálogo entre ambos artistas, llegando incluso a hablarse también de ciertas influencias de ida y vuelta entre los dos. Sin embargo, creemos que nada más lejos de la realidad, sobre todo si partimos de la base de que todo diálogo implica necesariamente de una aportación personal, normalmente distinta, sobre un mismo tema; pero es que, si hablamos de influencias y, claro, más allá de juegos literarios, estas se basan en el conocimiento previo, algo imposible para todo precursor por razones obvias. No, ni diálogo ni influencia, sino que, más bien, creemos que se trata de un reconocimiento, de un señalamiento casi pedagógico por parte del pintor murciano hacia ciertas obras de creación o partes concretas de las mismas. 

  

Cuando Ramón Gaya escoge una postal de Las Meninas y la introduce como un objeto más dentro del tema o, cuando pinta un cuadro en base a otro cuadro, simplemente está recreando su propia realidad, solo que al hacerlo intenta profundizar en una mirada pictórica que pueda trascender el lenguaje y su inevitable temporalidad. No existe, pues, intención de actualización alguna, ni de trasladar en el tiempo la verdad velazqueña, una verdad, por otro lado, perfectamente vigente desde su nacimiento. El Ángel del cuadro oriolano de Velázquez es analizado pictóricamente y recreado por Gaya como una parte más del mundo que está viviendo. A lo sumo, determinados temas, o más concretamente determinados estilos de las obras homenajeadas, pueden dar pie a algún que otro juego estético, normalmente de carácter compositivo, algo que finalmente podría interpretarse como un simple guiño de carácter formal. 

 

Con esta exposición, evidentemente se une a Gaya con Velázquez, aunque no tanto por la temática empleada, ya que el tema de una obra de creación es una anécdota, una simple excusa para que pueda ser expresado y compartido el propio sentimiento, sino, más bien, por la infinita admiración de Ramón Gaya hacia la obra velazqueña, así como también, creemos, por la vigencia atemporal de ambas obras.

 

Juan Ballester 





lunes, 24 de junio de 2024

NUEVA CARTA ABIERTA AL CANSINO NACHO RUIZ

Al cansino Nacho Ruiz:

 

Hace uno días te escribía una carta abierta comenzando por un “estimado Nacho Ruiz”. Ante tu persistencia -la tuya, que no la mía- en seguir mintiendo, pública y privadamente, es por lo que me molesto en defender a mi amigo y admirado Ramón Gaya y ya, de paso, mejor cambio el adjetivo calificativo de estimado por cansino. Sí, ya sé que la obra de un creador puede defenderse sola, pero me gusta a mí entrar en esos otros terrenos en los que pareces moverte con libertad y placer, por mucho tono quejumbroso que pretendas transmitir y por mucha queja que expreses, por las redes precisamente. Pero que conste que, si lo hago, si me rebajo a tu altura, sólo lo hago por esos motivos. Los personales, como comprenderás, me son totalmente indiferentes.

 

Pero vayamos al grano de lindezas que escribes en los medios (y no en las dañinas redes, que también).

 

Ramón Gaya no recibió personalmente subvención alguna. Otra cosa es que vendiera alguna obra a las instituciones que querían comprársela, a la par que él mismo regalaba a esa institución alguna obra más. Cuando en tu artículo hablas de las subvenciones y las inversiones realizadas por las instituciones murcianas a Ramón Gaya, se te olvida explicitar que esas cantidades se utilizaban sobre una colección de obras, no sobre la persona. Unas obras que habían sido cedidas a la ciudad de Murcia por el propio autor. Por cierto, una obra que vive en Murcia desde ese momento. Que tú hables de que Gaya murió en Valencia y no en Murcia donde no quiso vivir -pero donde sí quiso estar enterrado-, lo que dice -y mucho- es sobre tu miseria intelectual y moral.

 

Que una persona como tú se deslumbre ante un personaje que pinta murales con la ayuda de un proyector y dice hacer esculturas sin gubia, no me extraña que tenga el juicio crítico que tiene sobre la obra de Gaya. Ese es tu problema -y de quienes por ti se dejan aconsejar-, pero que hables de la generación de los años veinte/treinta en sentido nostálgico por no ver su obra expuesta como la de Gaya, te explico de nuevo que de las pocas obras que pueden verse de esa generación en un espacio público, están en el Museo Ramón Gaya, obras compradas y posteriormente donadas a la ciudad por él. ¿Lo entiendes? ¿Te das cuenta de que antes que tú, ya reivindicó el propio Gaya a esos pintores con su palabra y su dinero? Otra cosa es que la obra de estos no haya sido donada, ni comprada por institución alguna, ya que parecen invertir los pocos recursos de que disponen en trabajos que tú gestionas.

 

Este año, por ejemplo:

 

1º.- MAGNA URBE. Caravaca de la Cruz. Comunidad Autónoma de la Región de Murcia. 

2º.- ‘La edad de plata’. Palacio Almudí. Ayuntamiento de Murcia.

3º.- ‘KELLSCOLLEGE’. Centro Párraga. Comunidad Autónoma de la Región de Murcia. 

4º.- FERIA ARCO. Ayudas económicas a las galerías murcianas (Art nueve y T20) con fondos de la Comunidad Autónoma.

5º.- ‘AGNOSIA, Juan Belando’.  Centro Párraga. Comunidad Autónoma de la Región de Murcia. 

6º.- “Cosmología. Los guardianes de la luz” Rosell Meseguer. El Batel de Cartagena 

7º.- “La persistencia del deseo”. Nadín Espina. Cárcel Vieja. Ayuntamiento de Murcia. 

8º.- ‘SAT’ José Filemón. Molinos del Río. Ayuntamiento de Murcia.

 

Por favor, que alguien protegido por los medios y por las instituciones de la región, de lo único que sepa hablar es de sí mismo, de lo bien que lo hace todo y de lo mal que se ha gestionado todo hasta que él llegó, nos recuerda a esos que no paran de denunciar el fango ajeno mientras escupen el propio.

 

Yo de ti, cansino amigo, me callaba cuanto antes.

 

Juan Ballester

 

PD. Hablas también en los medios de la multireproducción de la obra de José Planes. Vaya, precisamente alguien me habló de que una cabeza de Planes que llevaste a la infumable exposición de La Edad de Plata -no me extraña que la bajaras tú mismo de categoría-, es una de esas multireproducciones y creo que de tu propiedad.

miércoles, 12 de junio de 2024

CARTA ABIERTA A NACHO RUIZ (CARTA, QUE NO TROLL)

Querido amigo Nacho:

 

Ante tu especie de llamada de socorro por el acoso que sufres de un deep hater del arte contemporáneo, varios amigos comunes me la han hecho llegar, seguramente pensando que se trata de mi humilde persona. Como entre nosotros, por esa vía que utilizaste, no existe amistad, es por lo que te escribo a través de esta otra vía, aunque, sinceramente me gustaría hacerlo frente a un café, al cual me encantaría invitarte; lo mismo que, como te dije un día y hoy reitero, también me gustaría retratarte, pues en última instancia eres alguien que forma parte de mi tiempo. Y además me interesas. Para terminar con tu “llamada de socorro”, yo creo que no deberías seguir aguantando ese sufrimiento. Dedícale un artículo en La Verdad, a ver si por fin La Verdad lo deja a él responderte con los mismos medios.

 

En cualquier caso y por si se tratara de mí, como comprenderás -bueno, por lo visto no lo comprendes-, me importan tres leches todo lo que huela a arte contemporáneo, pero lo que huela a arte contemporáneo vacío, de ese que necesita de teóricos y vendemuebles para poder llegar a algo, aunque sea a ocupar los espacios públicos y algunos salones de nuevos ricos despistados. Ahora, si, por ejemplo, se trata del arte contemporáneo de Ramón Gaya, sobre todo, si se trata de sus homenajes con copa y flores realizados a partir de los ochenta, sí que me importa y mucho.

 

Quiero con esto decir que la única diferencia entre tú y yo -me refiero a diferencia sustancial- se encuentra en los gustos y disgustos que nos provocan el arte y todas sus derivadas. En el fondo se trata de una persona que gestiona y comercia con el arte y de otra persona que le gusta opinar sobre lo que ve, nada más. Personalmente nos conocemos muy poco pero no siento deep hater alguno hacia ti más allá de tus responsabilidades públicas con el arte. Si la exposición que montaste en el Almudí sobre el centenario del Suplemento Literario de La Verdad, me pareció una gran oportunidad perdida, pues lo digo. Si dices que el Museo Ramón Gaya debe ser un espacio dedicado a los pintores de aquellos años primeros del siglo y, encima, haces comentarios públicos -o semipúblicos- en el sentido de decir que Ramón Gaya es un pintor comercial, pues déjame que yo pueda decir que no entiendo tu interés por ser director de ese Museo, a no ser que buscaras el funcionariado a toda costa. Si inauguras en tu galería una exposición de un artista y ese mismo día inaugura en un espacio público una exposición que tú comisarías, pues déjame que me parezca algo desafortunado -por no decir interesado- y que lo diga. ¿Acaso he hablado últimamente mal de algo tuyo privado? Pues que no te quepa duda de que el día que montes algo que me parezca estupendo, lo diré de la misma forma que digo lo contrario. Eso se llama libertad, la misma que tú tienes para decir lo que dices y hacer lo que haces.

 

Un abrazo, sincero.

 

Juan Ballester

jueves, 6 de junio de 2024

ÉTICAS Y ESTÉTICAS EN LA CULTURA MURCIANA

 

 

Llevamos mucho tiempo -los dirigentes del PP también- hablando sobre lo poco ético y estético que resulta que la señora de nuestro presidente Sánchez realizara movimientos empresariales privados valiéndose de su condición de esposa del máximo responsable del gobierno de nuestro país. Podrá o no podrá ser delito -lo desconozco-, pero, para cualquiera que no esté abducido por el grave peligro de extinción que supone la llegada de la extrema derecha, es evidente que las familias de los gobernantes deberían separarse de todo aquello que tenga que ver con un beneficio propio, cuando su obtención sea responsabilidad directa del familiar. Vamos, como con el caso del hermano de la presidenta Ayuso, para que hasta los abducidos puedan entenderme.

 

En otros niveles y con otras materias, creemos que algo parecido puede estar ocurriendo en nuestra región en el ámbito cultural. Todos sabemos que existen espacios, tanto públicos como privados, en donde los artistas pueden mostrar sus obras, como sabemos que los públicos están financiados con el dinero de todos, mientras que los privados se financian únicamente con sus propias ventas. Esas son las reglas del mercado y todos los galeristas saben perfectamente a lo que se arriesgan cuando deciden emprender esa actividad comercial.

 

Pero vayamos al supuesto comparativo poco estético en relación con la cultura, por muy contradictorio que nos resulte aquello de una cultura poco estética. Que el comisario de una muestra que se inaugura en un espacio público sea también galerista privado, no tiene nada de extraño o de inoportuno. Ahora bien, que ese mismo comisario sea también el dueño de una galería privada que ese mismo día inaugura una muestra con el mismo artista que inauguraba por la mañana en el espacio público, entonces ya empiezan a aparecer las faltas de ética y de estética. ¿Alguien no lo entiende? Por supuesto no es un delito, ni es corrupción -creo-, pero no deja de ser preocupante que nuestras autoridades políticas no cuiden este tipo de comportamientos, digamos... interesadillos y malolientes. Esta misma crítica sería aplicable, incluso, aunque se tratara del mismo Diego Velázquez el que expusiera, pues, máxime, cuando se trata de un simple artesano del 3D cuyo único justificante para exponer en una sala pública se encuentra en el tinglado filosófico/especulativo que lo ampara y en el pueril discurso/relato que lo acompaña.

miércoles, 15 de mayo de 2024

CARTA ABIERTA A MIGUEL ÁNGEL HERNÁNDEZ (A propósito de su conferencia: “¿Por qué no nos gusta el arte contemporáneo?”)

 

Miguel Ángel Hernández y María Ponce, poco antes de iniciarse la conferencia.

Estimado Miguel Ángel:

 

Posiblemente sería por el partido del Real Madrid en la Liga Europea -como repetidamente anunciaste-, o simplemente porque en la actualidad el arte no se lleva, pero, lo cierto, es que acudí a la Biblioteca Regional casi media hora antes para coger sitio y, al final, éramos cuatro gatos en la sala. ¿Por qué no nos gusta el arte contemporáneo?, rezaba el título de tu conferencia, aunque visto lo visto casi habría que rebautizarla como: ¿Por qué no nos interesan las explicaciones sobre el porqué de nuestro disgusto ante el arte contemporáneo? En fin, cosas peores veredes, amigo Sancho

 

Personalmente, como te dije, no es que me guste o deje de gustar, porque el gusto, como bien sabemos, es demasiado subjetivo y caprichoso; simplemente es que no me interesa en absoluto, de ahí que imperiosamente tuviera que acudir a esa cita tuya, precisamente para ver si existían algunas razones que recondujeran mi ya clásico desinterés por el arte autodefinido como contemporáneo. Digo autodefinido porque es muy paradójico que cien años después -década arriba o década abajo-, se siga haciendo lo mismo, exactamente lo mismo y siga llamándose contemporáneo. Algo así como si el arte -o sus teóricos- hubiesen encontrado la fórmula divina para eternizar su propio lenguaje. No querer ver que el urinario de Duchamp es idéntico -en lo esencial- con cualquier instalación de Marina Abramovic, por ejemplo, sólo está permitido a quienes viven en torno a ese viejo y gastado fenómeno artístico.

 

Claro, al utilizar el pronombre “nos” en el título, los que no hemos asistido a tus clases y tampoco te conocemos demasiado, en modo alguno podíamos saber de antemano si tu propia opinión se iba a corresponder con la de los que no les gusta el arte contemporáneo, ya que uno recuerda Intento de escapada como con cierta crítica a las performances y demás actitudes artistizantes. Por desgracia, pronto caeríamos de la parra y comprobaríamos que no era así, que todo se reconducía hacia una especie de autojustificación en negativo. En realidad, el título tenía mucho de retórico, pues no se llegó a explicar ese porqué a su rechazo más allá de los consabidos lugares comunes del “no os gusta porque no entendéis nada”. Es decir, se enumeraban casos que habían causado cierto revuelo mediático -por cierto, con alguna sorna por tu parte- para, finalmente, terminar diciendo que el que no entendía aquello era porque no había percibido lo importante que era el “relato”.

 

Desde luego una pena no haber llevado una grabadora, o, al menos, haber tomado algunos apuntes para haber ido rebatiendo ahora punto por punto -confundir realismo o figuración con realidad,  emoción con sentimiento, la fotografía como fuente de inspiración…- pero, vamos, evidentemente todo se iba conduciendo por el lado menos importante del arte, cual es su temática y su lenguaje: épocas, estilos, teorías…, o sea, exclusivamente por la función social del arte, como si todo acabara ahí, como si el arte, aparte de su utilidad, no fuese nada más, como si no supiéramos que el tema, en el arte, es una mera excusa. Es decir, que más allá del significado, está el significante.

 

Cuando al finalizar invitasteis a los asistentes a participar y expuse mis negativos criterios sobre la charla y para ello hablé sobre la creación, lo único que se te ocurrió preguntarme -seguramente como la mejor defensa que tenías a mano- fue: ¿quién dice eso?, con la única intención -creo- de llevar mis comentarios al terreno de las opiniones personales. Pues lo repito: el gran problema del arte contemporáneo es que no tiene obra, una obra carnal, viva, habiendo reducido toda su esencia al mensaje, al relato, al significado. Evidentemente, una desviación tan radical del hecho creativo, provoca rápidamente toda una corte de servidores del nuevo sistema: críticos, galeristas, medios de comunicación, historiadores, políticos, especuladores…, pero la gran mayoría de personas que no viven de eso termina desinteresándose, porque ya no se trata de ver y de sentir, sino de saber.

 

En fin, que el arte contemporáneo ha llegado para quedarse con uñas y dientes, mientras que el creador -como decía Ramón Gaya- ha vuelto a las cavernas. Por cierto, hablando de Gaya, si no lo has hecho ya, te aconsejo que leas “El sentimiento de la pintura”, pero no para que lo catalogues como una opinión más, sino para que lo intentes entender. Y cuando quieras seguimos hablando. Un abrazo:

 

Juan Ballester

sábado, 16 de marzo de 2024

¿ARTE EMERGENTE EN MURCIA? ¿QUIÉN LO DEFINE? ¿QUIÉN LO JUSTIFICA? Sobre “Seña”, muestra de Cristóbal Hernández Barbero en las Bóvedas del Almudí.



La verdad es que, a estas alturas, pretender que nuestros políticos tengan una idea clara y definida sobre el arte es bastante complicado, por no decir imposible, máxime cuando hasta el hecho creativo, algo tan aristocrático -pero no de sangre, sino de destino-, ha sido absorbido por el concepto cuantitativo de democracia. Entonces, cómo no vamos a entender que sobre las bóvedas del Almudí se expongan los trabajos de los llamados artistas emergentes. Y lo que haga falta. Hoy en día el artista que se lleva no nace, sólo se hace, o lo hacen.

 

En una de estas bóvedas y bajo el título de “Seña”, expone actualmente sus obras Cristóbal Hernández Barbero. Que quede claro de antemano el máximo respeto por nuestra parte hacia la persona y, por supuesto, con esta crítica sólo hacemos referencia a lo expuesto o a lo escrito, aunque, no estaría de más que el Comité Asesor de Nuevos Talentos, encargado por las autoridades para seleccionar a los artistas emergentes, definiera primeramente lo que entienden por emergente y, en segundo lugar, explicara las razones que han prevalecido para escoger a unos y no a otros de los posibles valores presentados.

 

La muestra está basada en una serie de planchas de plomo ensartadas sobre unos tubos de fontanería, a modo de banderas, las cuales han sido dispuestas boca abajo y apoyadas sobre las paredes del recinto. Algunas de estas planchas aparecen como manchadas de barro o de restos del suelo en donde, al parecer, el plomo fundido fue derramado en su día. Acompañando a estas obras aparece también un texto firmado por Pedro Alberto Cruz Fernández, texto que vendría a ser la clave principal de la muestra, el consabido relato, un texto explicativo para aquellos que lleguen a ver la exposición y necesiten traducción de lo que ven. Las obras en si, como obras, es decir, como eso que tiene que ver con el arte de siempre, nos han resultado bastante pobres y mudas, absolutamente vacías de sustancia. Ahora bien, si de lo que se trata con esta exposición es conseguir otra cosa, pues tampoco nos hemos enterado muy bien, de ahí que uno no tenga más remedio que echar mano de esa especie de “Piedra Rosetta” que supone el texto que la acompaña.

 

Pero sigamos. Dice en el mismo Pedro Alberto Cruz que si partimos del significado del título, es fácil llegar a un primer intento de comprensión conceptual (no sabemos si se refiere a que, si no lo entendemos a la primera, volvamos a intentarlo, o simplemente que se trata de un primer intento porque puede haber tantos como los que quieran intentarlo). Pues bien, como la palabra “seña” la RAE la define en primer lugar como “vestigio que queda de algo y lo recuerda”, el Sr. Cruz lo asocia a las huellas que han quedado marcadas al derretir el plomo líquido sobre un trozo de tierra, tanto del metal sobre el suelo, como del suelo sobre el metal. A partir de ahí, ese trozo de “paisaje”* estampado sobre el plomo, pasa a tener entidad y personalidad propias. Poco después dice que, entender la realidad como fuente en la que beber para producir arte, es una idea restrictiva, ya que el contacto, la relación táctil, visual, emocional…, también generan nuevas aperturas conceptuales…

 

Claro, claro, ahora lo entendemos todo. Entendemos que, para el Sr. Cruz, dejar caer cualquier materia sobre un trozo de suelo -e inevitablemente piensa uno en la materia intestinal-, nos puede generar una nueva apertura conceptual hacia el arte. Por fin entendemos por qué cuando llegamos a ver una exposición que no nos gusta decimos: ¡Vaya mierda!

 

Pero, para terminar un poco en serio, porque aún seguimos creyendo que el arte no tiene nada que ver ni con la broma, ni con la gracia -y nos referimos a la gracia del humor, no a la gracia divina-, que un teórico del arte pueda llegar a pensar que la realidad es una fuente más para beber de ella, cual el realismo o la figuración, es para nota. La realidad no existe per sé, la realidad es una convención, es todo y nada a la vez, es un “espacio” común en el que todos los seres humanos convergemos para entendernos, para retratarnos, para existir, para, simplemente, poder llegar a la Creación aquellos que el destino tiene reservados.

 

Juan Ballester.

 

* El paisaje no es un trozo de materia, como no es sólo células, o músculos, o huesos, un ser humano. El paisaje es un horizonte, un más allá, un destino por descubrir.