Querido amigo Darío: Que tu doble exposición “De Bárbaros a Leyendas” está siendo todo un éxito, no me cabe duda alguna. Y esto no lo digo solamente por el enorme eco mediático que está teniendo, sino, sobre todo, por el numeroso público que las visita. De hecho, jamás había visto en Murcia tanta gente agolpada en la puerta de un local para poder entrar el día de una inauguración, pero, además, es que era tal el número, que nos fue imposible ver la exposición ese mismo día. Es decir, a nivel personal, mi más sincera enhorabuena a ti, al director del MUBAM y a los responsables políticos que les corresponda. Si se trata de rentabilizar el arte con una masiva respuesta popular, no hay duda del acierto de la exposición. Pero, claro, como lo cortés no quita lo valiente, ahondemos en el fenómeno del supuesto éxito popular de la misma.
Desconozco si los nombres de los “artistas” expuestos son lo mejor del género (aunque, según lo leído, creo que por ahí anda el asunto), pero, supongamos que, los que muestran sus trabajos, componen una pléyade más o menos reconocida a nivel internacional. Pues bien, una vez vistas con detenimiento las dos muestras, seguimos sin encontrarle un verdadero sentido a estas obras, más allá de ese su origen urbano y de sus fines puramente cartelísticos. Evidentemente, tampoco se trata por mi parte de un rechazo apriorístico hacia este tipo de “arte” por su tamaño o por los mismos materiales utilizados como soporte. Sólo tenemos que pensar en los techos de la Capilla Sixtina para desarmar este argumento. Sin embargo y en relación a lo de callejero, estoy en absoluto desacuerdo en que se utilicen los espacios públicos para exhibirlos, algo que me parece un continuo atropello visual a las muchas personas que podemos tener otro gusto de la estética y de sus formas para mostrarse.
Ahora, cuando hablamos de no encontrarle sentido a estas pinturas, nos estamos refiriendo solo y exclusivamente a lo pictórico, a su posible valor pictórico, es decir, a las posibilidades reales de que esas pinturas puedan ser consideradas como obras de creación, más allá de su técnica, soporte, estética o mensaje. Pero, claro, con la iglesia hemos topado cuando uno intenta en estos tiempos hablar de la creación más allá del arte, es decir, de la estética. Por ejemplo, hoy en día, intentar decir que la imagen no es un arte, viene a sonar en los oídos del mundo contemporáneo como si dijeras que la creación artística tiene un origen masculino -que no de hombres-, o que el uso de cualquier energía limpia conocida, también contamina. Del sentido original del término “woke”, relacionado con un despertar de las conciencias hacia la injusticia racial, hemos pasado de la noche a la mañana a darle un sentido unificador y hasta dictatorial sobre lo “políticamente correcto”.
No Darío, en ninguna de todas esas piezas -como creo que tan acertadamente las denomináis-, aparece el más ligero atisbo de hondura, de misterio, de realidad viva y palpitante, de ahogo creativo…, en definitiva, de vida. Lo que sí aparece -y en demasía- son superficiales juegos estéticos que se mueven entre la triste y vacía copia de imágenes, con el uso y abuso de mensajes sociales justificativos y demás relatos. Sí, esa absurda trampa del reiterado y aburrido discurso de: “lo que pretendía al realizar esta pintada…”. Pero ¿qué contenido puede ser valioso si no habita previamente en un continente, si es solamente una idea sin cuerpo?
Hace unos días y para ilustrar la noticia sobre la próxima inauguración de un mural conmemorativo del 1.200 aniversario de la ciudad de Murcia -mural encargado al artista Lidó Rico-, aparecían unas imágenes en las que nuestro querido alcalde Ballesta metía su mano en un cubo con una sustancia que, al endurecer, permite obtener el vaciado de la misma. Es decir, una descarada copia escultórica con apariencia hiperrealista, o un nuevo engaño, como se prefiera; lo mismo que ver copiar en directo una imagen que lleva en la mano un señor, mientras el numeroso público asistente muestra unas arrobadas caras de asombro y admiración. Pues eso, una copia o una simple habilidad como justificantes del arte.
Por último, Darío, también quería dejar por escrito mi decepción a que una exposición como esta tuviera por sede el Museo de Bellas Artes de la Región de Murcia, o que las autoridades regionales se dediquen a potenciar y asumir el gasto de tanto “arte emergente”, mientras, año tras año, se ignora el más que reconocido arte murciano del siglo XX, estando ya, como estamos, con el primer cuarto del siglo XXI cumplido. En fin, que enhorabuena por lo que te incumbe, pero te aseguro que algunos seguiremos tercamente en la lucha por lo que de verdad nos importa, aunque tengamos que buscarlo de nuevo en las cavernas, como decía Ramón Gaya.
Juan Ballester
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